martes, 8 de enero de 2013

+ Fundamentalismos




NUEVA YORK – El comportamiento sexual humano puede ser peligroso, como lo corrobora una vez más la espantosa violación de una mujer de 23 años en un autobús, ocurrida en diciembre en Delhi. Cuando volvían de ver una película, ella y su novio fueron golpeados por seis hombres que luego violaron a la mujer y la atacaron con una barra de hierro, brutalmente, durante más de una hora. Trece días después, murió por las heridas.
Suele decirse que las violaciones no son en realidad una cuestión de sexo, sino de poder. Es cierto. Pero las violaciones no están desvinculadas del sexo. En una violación, el acto sexual se usa como una forma de tortura o incluso, en algunos casos, como un arma letal.
Pero no era eso lo que tenía en mente el papa Benedicto XVI cuando hace poco se refirió a los peligros del comportamiento sexual. En su discurso de antes de Navidad ante la Curia Romana, el papa no mencionó las violaciones; mucho menos el asesinato con connotaciones sexuales cometido en Delhi. En cambio, en su defensa de la familia (o, en sus propias palabras, de la unión sagrada entre un hombre y una mujer) destacó de qué manera los arreglos sexuales por fuera de esa unión son una amenaza a la civilización humana. Lo que tenía en mente, aunque no lo dijera, eran las uniones homosexuales.
Fue un discurso extremadamente confuso. Su disquisición sobre los peligros que supone el matrimonio entre personas del mismo sexo fue a continuación de un fragmento en el que deploró la tendencia moderna a evitar compromisos duraderos en las relaciones humanas, como si el matrimonio gay no tuviera que ver precisamente con eso. Por supuesto, en opinión del papa, en las relaciones homosexuales el compromiso es parte del problema: hay cada vez más personas, especialmente en Occidente, que reclaman la libertad de elegir sus propias identidades sexuales en vez de apegarse a los roles “naturales” y “sancionados por Dios”.
Las palabras del papa sugieren que la homosexualidad es una especie de estilo de vida electivo, una forma de decadencia moderna (un acto secular, e incluso blasfemo, contra Dios), más que un hecho innato. Esta es una creencia común a muchos creyentes religiosos conservadores, sean católicos, protestantes, judíos o musulmanes. Es elocuente que Benedicto citara a Gilles Bernheim, Gran Rabino de Francia, quien expresó puntos de vista similares sobre las amenazas contra la familia convencional.
El temor al comportamiento sexual es una de las razones principales por las que la mayoría de las religiones establecen reglas sexuales estrictas. Una de las formas de contener nuestros peligrosos deseos es el matrimonio. Se supone que restringir la conducta sexual a la procreación ayudará a que el mundo sea más seguro y pacífico. Como las mujeres excitan los deseos de los hombres, se piensa que cuando están fuera de los límites del hogar son una amenaza. Por eso, en algunas sociedades no se les permite atravesar esos límites o solo se les permite hacerlo si están totalmente cubiertas y en compañía de un pariente masculino.
Benedicto no llega a tanto; tampoco pregona la violencia contra los homosexuales. Por el contrario, se ve a sí mismo como un hombre de paz, profundamente civilizado. Pero me atrevo a decir que, en realidad, su discurso alienta el tipo de agresión sexual que puede dar lugar a salvajadas como la de Delhi.
Los seis violadores que mataron a la joven mujer no eran decadentes modernos que eligieron desafiar a Dios y a la naturaleza reclamando nuevas libertades seculares, mucho menos identidades sexuales heterodoxas. Por lo que es posible conjeturar en este caso (y en muchos otros similares), son los productos semiurbanizados de una sociedad rural altamente convencional donde los roles de los hombres y, especialmente, de las mujeres, están estrictamente regulados. Aparentemente, su víctima, una fisioterapeuta residente bien educada, era muchísimo más moderna que sus atacantes, hombres que no eran iletrados, pero sí incapaces de aceptar las libertades de las mujeres contemporáneas.
Por ese motivo, los seis violadores la vieron como una mujer “licenciosa”, una puta de ciudad, una presa disponible. Al fin y al cabo, andaba por ahí de noche con su novio. Fue precisamente el argumento que los hombres usaron para provocar a la joven pareja: ¿qué anda haciendo una mujer joven soltera por las calles de Delhi en compañía de un hombre joven? Lo que estaba a punto de pasarle, se lo tenía merecido.
Y hubo algunos personajes que reaccionaron siguiendo las mismas líneas. Cuando en Delhi estallaron protestas contra la violencia sexual, el hijo del presidente de la India calificó a las manifestantes como mujeres “estropeadas y pintadas” (dented and painted). Se dio el caso de políticos que describieron a las víctimas de violaciones como “provocadoras”.
El odio violento contra los homosexuales nace de una fuente similar. Así como a las mujeres que están fuera del hogar (mujeres que reclaman un lugar en el espacio público, que viven y trabajan entre hombres) se las ve como peligrosas tentadoras, a los hombres que aman a otros hombres se los suele considerar aves de rapiña listas para abatirse sobre los niños de la comunidad. Lo que mucha gente teme no es el comportamiento sexual no controlado, sino el sexo en sí.
Pero cuanto más se reprime el sexo y más se lo convierte en objeto de los temores de la gente, mayor es la probabilidad de que se produzcan hechos de violencia sexual, porque toda persona remotamente capaz de excitar nuestros deseos sexuales, sea hombre o mujer, se convierte en blanco potencial de nuestra ira.
Aunque esto puede servir de explicación para lo ocurrido en Delhi, de ningún modo lo justifica. Después de todo, la mayoría de los hombres de esa ciudad jamás golpearían a una pareja de jóvenes con barras de metal ni violarían a la mujer hasta matarla. Cientos de miles de indios han salido a las calles para manifestarse y mostrar su repugnancia por semejantes atrocidades.
Sería bueno que el papa hubiera dicho algo acerca de lo sucedido, ofreciendo palabras de aliento a los hombres y mujeres de la India que están hartos de la violencia sexual, violencia que no procede de libertinos modernos sino de hombres profundamente reprimidos. Pero es mucho pedir de un hombre que aparentemente entiende muy poco acerca de la vida sexual. Por eso, en vez de hablar acerca de los violadores, puso en la mira a pacíficos hombres y mujeres homosexuales que desean demostrar su compromiso hacia sus amantes casándose con ellos.
Ian Buruma es profesor de Democracia y Derechos Humanos en el Bard College. Es además autor de Taming the Gods: Religion and Democracy on Three Continents [Amansar a los dioses: religión y democracia en tres continentes].
Copyright: Project Syndicate, 2013.
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